Mucho antes de ir a África, cuando estaba pensando incluso en retirarme del fútbol, recibí una llamada telefónica de Víctor: «Rivaldo, tú irás a Angola». Yo ni lo podía imaginar entonces, pero más de medio año después, cuando creía que se estaba acabando mi carrera, descolgué de nuevo el móvil. Era un empresario de Angola que me invitaba a jugar a fútbol allí. Pensé: «¿Angola?». En aquel momento no me lo podía creer. Era impensable, pero lo que me había dicho Víctor se había cumplido. ¿Cómo fue? No lo sé, ni siquiera ahora puedo saberlo. Pero sucedió. Creo que fue algo de Dios.
Me siento feliz, pero no solo por jugar, sino porque cumplí el sueño de levantar en ese país una iglesia evangélica. Poco a poco. Compré los terrenos hace unos meses y estamos a punto de inaugurarla. Está casi acabada. Si no pasa nada, abriremos las puertas el día 18. Es nuestra manera de ayudar a mucha gente que lo necesita, ya que en Angola, como también ocurre en muchas zonas de Brasil, hay mucha pobreza.
Angola es un país que se está desarrollando muy bien tras la guerra. Ahora es totalmente diferente. He abierto un instituto de acción social, tanto en Brasil como en Angola, para intentar ayudar a los que más lo necesitan. Dios me dio tantas cosas en este mundo durante mi vida que ahora tengo que poner mi corazón, mi energía, mi fuerza para intentar devolver todo de alguna manera.
No creo que muchas personas tengan el coraje que tuve yo de irme a jugar a África. No paran de preguntarme: «¿Por qué? ¿Te has vuelto loco? ¿Qué ganas ahí?». Muchos decían que no aguantaría nada, que me iría pronto. Pero Dios me llamó para que fuese allí. No, no eligió a otra persona ni a otro jugador de fútbol. Me escogió a mí porque sabía que yo sí lo soportaría.
Es fácil vivir en Barcelona, Londres, Sao Paulo... Son ciudades maravillosas. Es fácil dar cariño y abrazar a personas perfumadas, guapas, ricas, pero no lo es a alguien que no puede bañarse ni comer. Esas personas no tienen la culpa de venir al mundo en esas circunstancias, y hablo también de las zonas pobres de Brasil o de otro país. Al final, es algo, tal vez, del destino. Yo mismo podría ser quien estuviese allí.
No nos vamos a llevar nada después de la muerte. A las 24 horas de morir, todos, pobres o ricos, seamos como seamos, acabamos igual. Por eso tenemos que creer en Dios, para tener esa vida eterna, porque el cuerpo no vale para nada. El corazón y el espíritu es lo que permanece. Es, por lo tanto, Dios quien está tocando mi corazón cada día para poder ayudar a todos ellos. Estoy hablando de Angola, pero vale para cualquier lugar. Aquí, tras la guerra, que duró tantos años, quedó mucha destrucción. Pero hay que felicitarlos por cómo están levantando el país, aunque todo sea muy complicado. Mucha gente del interior se traslada a la capital en busca de una oportunidad. AcontecerCristiano.Net
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