La vida para los no musulmanes adquiere niveles intolerables en Arabia Saudí, el régimen guardián de los lugares santos de La Meca y Medina y, por lo tanto, en cierto modo paradigma para los 1.300 millones de musulmanes de todo el mundo, que están obligados a hacer, al menos una vez en su vida, una peregrinación a la patria del profeta Mahoma.
Esta circunstancia sirve a las autoridades políticas saudíes para justificar el rigor con que aplican el integrismo en todos los aspectos de la vida pública, y el celo con que persiguen a los no musulmanes.
Según la tesis oficial, es un «mandato de Dios» transmitido a través del profeta que no se permita la presencia de ninguna otra religión en la tierra donde nació el Islam. La interpretación literal de la sura del Corán tiene algunos detractores dentro de Arabia Saudí -y, desde luego, en muchos círculos coránicos de otras naciones árabes-, pero la prohibición de iglesias, incluso dentro de los recintos de las embajadas, y del más mínimo signo religioso no islámico es inapelable.
Nada, ni remotamente, puede sugerir la presencia en Arabia Saudí de otra religión. El hallazgo de un crucifijo o de una Biblia basta para dictar la orden de expulsión en el caso de los extranjeros, o para fijar penas severas si se trata de un musulmán saudí.
Son relativamente frecuentes las redadas de la policía religiosa (la mutawa) en domicilios privados donde se sospecha que pueden reunirse más de dos extranjeros, por lo general filipinos, para rezar. Según se cuenta en Riad, la compañía Swissair tuvo problemas para operar en Arabia Saudí por su logotipo, en el que aparece una cruz. AcontecerCristiano.Net
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